El
bosque de Gurs no
es un bosque natural: lo plantaron en 1950 para cubrir la llanura de
Gurs, para
ocultar una vergüenza.
Es una masa oscura de robles muy altos, de 20 o 30 metros, que
levantan las ramas como brazos agitándose en el cielo, contra las
nubes grises, contra la mancha azul de los Pirineos. El 31 de diciembre de 1945 cerraron definitivamente el campo. Vendieron la chatarra, quemaron los restos y en 1950 plantaron el bosque de robles: plantaron el olvido.
Entre
1939 y 1945, en este campo de concentración encerraron a 63.929
personas
-milicianos, gudaris, comunistas, judíos, gitanos, putas,
extranjeros en general-, Pirineos Atlánticos. Gurs
fue un campo muy grande sobre el terreno -80 hectáreas y hasta
18.000 personas recluidas al mismo tiempo, cifra que lo convertía en
la tercera localidad más poblada de los Bajos Pirineos, solo por
detrás de Pau y Bayona-, y ha sido un campo muy pequeño en los
libros de Historia. Gurs,
el campo del que casi nadie habló durante medio siglo,
resume la escalada del horror europeo: enlaza el bombardeo de Gernika
con el exterminio de Auschwitz. Lo
construyeron a todo correr, en
solo 42 días,
para acoger -para encerrar- a refugiados republicanos de la Guerra
Civil española.
En
la primavera de 1939, el
Gobierno francés levantaba campos por todo el país
para redistribuir a los más de 250.000 refugiados que se apiñaban
en playas mediterráneas como la de Argelès-sur-Mer. Las autoridades
francesas aceptaron la petición del Gobierno vasco en el exilio:
enviar a los refugiados vascos a un campo en las provincias vascas.
Pero
allí no los quisieron.
El
diputado labortano René Delzangles pidió al ministro francés de
Asuntos Exteriores «la repatriación general» de los refugiados
«porque
Francia no debe convertirse en el vertedero de Europa».
El ayuntamiento de Bayona también exigió que se rechazara a los
ciudadanos españoles que habían pasado a Francia a partir del 18 de
julio de 1936. Y Jean Ybarnégaray, diputado por Mauleón, primer
presidente de la Federación Internacional de Pelota Vasca, luego
ministro de la Familia Francesa en el régimen filonazi de Vichy,
reclamaba «medidas de extrema urgencia», ante la «intolerable
amenaza» que constituía «la presencia de cuatro millones de
extranjeros y en particular de 250.000
milicianos españoles».
Al
final los acogieron en el distrito de Olorón (región del Bearne),
gracias a las gestiones del alcalde Jean Mendiondou, diputado de la
Izquierda Independiente. El 4 de abril de 1939, Mendiondou recibió
en la estación de tren a los primeros refugiados y les estrechó la
mano. En
la primera semana llegaron más de 4.000 vascos,
todos hombres jóvenes, todos soldados, militantes del PNV, del PSOE,
del PC, de Izquierda Republicana: perdedores de la guerra. Los
enviaron al pueblo de Gurs, donde habían despejado un inmenso campo
cenagoso, habían construido 328 barracones y habían rodeado todo
con alambradas y garitas de vigilancia.
A
finales de la primavera de 1939, Gurs
ya albergaba a 18.000 personas:
además de los vascos, había republicanos de diversas partes de
España y brigadistas internacionales. Se apiñaban para dormir de
treinta en treinta, sin ropa limpia, sin jabón: llegaron las pulgas,
los piojos, las ratas. Se extendió la sarna. Y el estreñimiento,
porque la comida era muy pobre -pan, caldo negro, patatas, lentejas-.
Hubo
casos de escorbuto por falta de vitaminas, hubo tuberculosis por la
humedad y el frío, hubo anemias, paludismo, sífilis, diarreas,
reúmas.
Con las lluvias, el campamento se convirtió en un barrizal.
Los
refugiados sufrían un régimen carcelario, encerrados entre
alambradas, y necesitaron
meses de protestas para que les permitieran recibir visitas
-solo los domingos, solo un rato, todos en una misma barraca vigilada
por guardias.
EL
EXTERMINIO JUDÍO.
A
principios de 1940, con los nazis ya en Holanda y Bélgica, las
autoridades francesas metieron en Gurs a
14.875 personas, casi todas mujeres,
muchas judías: habían huido del Tercer Reich, pero Francia las
consideró «peligrosas para la defensa nacional» porque eran
alemanas o austriacas. Aprovechando el ambiente, también encerraron
a comunistas y anarquistas franceses, republicanos españoles y
nacionalistas vascos. En los documentos se referían a todos ellos
como «indeseables».
Cuando
los nazis invadieron Francia, se encontraron con mucho trabajo
adelantado: Gurs
les sirvió para encerrar a 18.185 judíos
-dos tercios eran alemanes, el otro tercio había caído en las
redadas del Gobierno francés colaboracionista-. El campo ya había
sufrido dos inviernos y los barracones estaban descalabrados, con la
madera podrida, inundados de goteras, abiertos al viento. Unos 800
judíos murieron en el primer invierno que pasaron -que no
consiguieron pasar- en Gurs, el de 1940-1941.
El
cementerio del campo, perdido entre las zarzas de la posguerra, fue
restaurado en 1963 por iniciativa de las ciudades y las comunidades
judías de la región alemana de Baden, de donde procedían miles de
deportados a Gurs. Ahora transmite una imagen geométrica y
abrumadora del exterminio: en
una extensión de césped muy bien cuidado, se suceden filas y más
filas de lápidas.
Hay 1.073 tumbas. En las inscripciones se lee la diversidad de los
orígenes y de los años de nacimiento de las víctimas, y la
confluencia brutal de todas ellas en un mismo año de muertes
simultáneas. Por ejemplo:
«Isidor
Persitzki. Odessa. 1886-1941».
«Rosa
Abraham. Salzburg. 1865-1941».
«Ernst
Blau. Frankfurt. 1892-1941».
En
un extremo del cementerio hay una treintena de lápidas en las que
alguien
ha colgado unas tiras de tela roja, amarilla y morada: son las tumbas
de los republicanos y los brigadistas internacionales.
Por ejemplo:
«Venancio
Arana Imaz. 1902-1940».
«Siegmund
Grost. 1890-1940».
«Julián
Pérez Pérez. 1879-1939».
Unos
30 republicanos murieron en Gurs, otros 16 salieron del campo y
acabaron asesinados en el campo de Mauthausen. Entre los que se
dispersaron por Francia durante la guerra, muchos desaparecieron sin
dejar rastro.
Lo
que sí consta en los archivos es que, entre agosto de 1942 y marzo
de 1943, la gendarmería francesa llevó a 3.907 judíos desde Gurs
hasta la estación de Oloron -hombres, mujeres, niños- y que desde
allí los
despacharon en cuatro convoyes «con destino desconocido».
Se conoció después: llegaron al campo de concentración de Drancy,
en las cercanías de París, y desde allí los mandaron a Auschwitz.
A otros miles de judíos de Gurs los enviaron de Oloron a diversos
campos de Alemania, en los que se perdió su pista.
En
los últimos meses de la guerra, durante el derrumbe nazi, las
autoridades francesas todavía usaron los barracones podridos de Gurs
para encerrar
a gitanos, a putas, a vendedores del mercado negro, incluso a los
guerrilleros españoles
que habían fracasado en la invasión del valle de Arán.
El
31 de diciembre de 1945 cerraron definitivamente el campo. Vendieron
la chatarra, quemaron los restos y en 1950 plantaron el bosque de
robles: plantaron
el olvido.
«contra
la xenofobia, el racismo, el odio al diferente, la represión
política y la destrucción de la dignidad humana».
Tomado de un artículo de Ander Izagirre en "El Mundo"
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